Las ciudades son los peores lugares en los que nosotros podemos estar.
Y también son los mejores lugares en los que nosotros podemos estar.
Los olores, el ruido, la contaminación… Tal vez los habitantes de esta ciudad no han notado todos esos pequeños detalles, pero nosotros sí nos damos cuenta.
El olor de millones de personas viviendo en un espacio tan reducido como es una ciudad… No se dan cuenta cómo se combinan sus olores. Ellos están acostumbrados a eso, pero yo puedo olerlos. Puedo olerlos aunque me aleje 10 kilómetros de la ciudad. Así de fuerte es el olor que despiden.
Sin importar el esfuerzo que hagan por cubrir el olor corporal, de cualquier manera existe. Y se mezcla y se revuelve y cada día nacen nuevos olores. Aún cuando tratan de cubrirlos, porque a veces ellos también los notan, sobre todo cuando han subido a un nivel indescriptible, lo único que logran hacer es crear una mezcla aún más desagradable.
Y es que ellos no lo notan. Pero el olor que emiten no es el más que el olor de la muerte lenta de la que son presa. Sí, van muriendo poco a poco y su cuerpo no hace más que emitir los olores de la muerte.
Como si no fuera suficiente eso, los habitantes de la ciudad contribuyen con más aromas decadentes. El humo de sus automóviles, comida chatarra instalada por todos los lugares de la ciudad, basura generada por las industrias que permanecen en las ciudades, basura generada por los humanos que permanecen en las ciudades…
Y todo eso no hace más que contribuir de forma silenciosa pero segura a la muerte que ya de por sí los rodea.
Lo que más desearía en esta vida es no estar cerca de estas grandes ciudades, que me parecen más un cementerio gigante de personas que tal vez ni siquiera noten como van muriendo poco…
Pero la ventaja de una ciudad es justamente su más grande debilidad. Al ser tan grande y existir tantas personas, una muerte violenta pasa desapercibida. Y sí, eso es lo que hago para alimentarme, enfrento a las personas con muertes violentas que, repartidas a lo largo del tiempo y de las calles enredadas de esta ciudad sin fin, no son notadas ni tomadas en cuenta.
Mis actos pasan desapercibidos. Sí. Un muerto más, un muerto menos.. Nadie lleva la cuenta. Nadie nota que ha habido alguien a quien se le adelantó su tiempo. Mientas no sea yo mismo el que ha muerto, en realidad a mí no me importa; sí, de esa manera piensan las personas de ciudad. La sensibilidad de sus corazones, así como su olfato, se ha perdido en mares de concreto en donde el montón de vidas que se pierden todos los días sea han vuelto hechos cotidianos y en los que ya nadie repara.
En la misma insensibilidad es en donde encuentro mi ventaja…
Sí, las personas de estas grandes ciudades ya no me ven. Ni siquiera ven los peligros que los acechan, aún más grandes y mortales que yo misma. Cegados con los destellos de las luces artificiales, no se asustan antes las muertes extrañas que yo les doy cada noche…
Nadie ve, nadie siente, nadie percibe, nadie se asusta y nadie encuentra… Así se vive en estas grandes ciudad, sin que a nadie le importe…
8 ene 2012
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