14 abr 2007

EVIL - Parte 3: De cómo el sol es arrastrado en el atardeceder

El silencio que siguió a la afirmación del enviado de la Primera Ciudad fue frío y aterrador. Hasta los lloriqueos de Sansei habían cesado y en sus estupefactos ojos parecía no caber todo el horror de la declaración.

- Supongo que es una orden terminante… ¿No es cierto?
- Así lo es señor. Y bien sabe que las órdenes de las Primera Ciudad deben ser obedecidas, de otra manera, se considerará que usted está en rebeldía…
- ¡Bien lo sé! Hemos estados muchos años alejados, mas no hemos olvidados nuestras sagradas obligaciones… Niru, por favor, quiero conversar contigo un poco más sobre esto; te prometo que mañana a primera hora… se cumplirán los designios de la señora Derensezu…

El grito de horror que se escuchó entonces, espantó a todos, incluso al valiente Niru que retrocedió instintivamente. Fue necesario que Veilen la agarrara con fuerza por la cintura, para evitar que se lanzara desesperada por su hijo.

- ¡Guardias! Lleven a Orlando y Gavriil a sus habitaciones. Tienen prohibido salir bajo cualquier circunstancia. Que se coloquen guardias debajo de las ventanas de ambos… Sé que sonará como una locura lo que les pediré, pero quiero que lo lleven a cabo sin dudarlo… Bajo ninguna circunstancia pueden salir, deben ser tratados como prisioneros de este momento en adelante y, como prisionero que son, no pueden tratar de escapar. Si lo hacen… deben tratarlos con la misma dureza que a criminales…

Los guardias tomaron a Gavriil y la arrastraron fuera del salón. Ella se resistía, pero los guardias la sostuvieron fuertemente, sin que pudiera hacer otra cosa que agitarse violentamente y gritar maldiciones.

Orlando caminó por su propio pie hasta su habitación, la cabeza baja, la mirada confundida. Todo eso había iniciado porque había hecho la buena obra de recoger a un bebé abandonado y, como recompensa a su buena acción, estaba condenado a morir y ver morir a su hermana…

Aún dentro de las paredes del cuarto escuchaba los gritos desesperados de su madre. Escuchaba como rugía, como imploraba, como se comportaba histéricamente y comenzaba de nuevo. Las lágrimas asomaron a sus ojos y comprendió que no podía permitirle semejante dolor a su madre y, sobre todo, que no podía permitir que su hermana fuera asesinada de esa manera. Para él, realmente su existencia era lo menos importante; sin embargo, la idea de perder a su hermana, era lo que realmente carcomía su cerebro.

Él había jurado protegerla cuando se la entregaron. Y desde ese día había cumplido su promesa, consideraba que no era el momento de romperla. Por otro lado, estaba ese gran amor que sentía por ella, nada parecido al amor fraternal que en un inicio los había unido… o al menos, lo había unido a él con ella. Deseaba con todo su corazón y con todas sus fuerzas que esa mujer encontrara un poco de compasión por él y comprendiera lo que sentía y, tal vez entonces, unir sus vidas como marido y mujer…

Sentado en su habitación, con los codos sobre las rodillas y la espalda encorvada, se daba cuenta de que nada de eso pasaría y sus vidas terminarían muy pronto. Estaba seguro de que su padre, tan obediente de sus responsabilidades, no los permitiría vivir más allá del atardecer del día siguiente.

Voces en el exterior lo sacaron de sus negros pensamiento. Reconoció la voz de su madre, el tono autoritario que usaba cuando era necesario que fuera reina y no simplemente Sansei. La discusión terminó antes de que pudiera entender del todo que era lo que ocurría y su puerta se abrió en ese momento para dar paso a su angustiada madre.

- ¡Orlando! Querido mío…
- Madre… - La ryujin lo estrechó entre sus brazos para después apoyar la mano derecha en la mejilla del otro. Unas lágrimas asomaron a sus ojos. El muchacho no pudo hacer otra cosa que secarlas con la punta de sus dedos. - Calma, estaremos bien. Lo prometo…
- Querido mío, bien sabemos que no es así. Tu padre… Tu padre es una excelente persona, siempre a cargo de sus deberes. Ni una sola falta mancha su honor. Y precisamente eso es lo que temo en estos momentos… Hijo mío, es preciso que huyas de este lugar - La voz de la mujer se convirtió en susurro y sus manos se aferraron con fuerzas a los vestidos de su hijo. - Es preciso que te vayas de este lugar…
- Madre… Madre… Bien sabes… Es un grave peligro el que corremos. Si es cierto lo dichos del enviado de la Primera Ciudad, entonces corremos un grave peligro… No podemos oponernos a la voluntad de los señores de los ryujin, puesto que su voluntad es la correcta. No podemos permitir que el mal sobreviva simplemente porque la vida de tu único hijo corre peligro…
- Ya lo sé, lo sé muy bien. Pero… No te pido que huyas por siempre, solamente te pido que escapes para comprarnos algo de tiempo… Tal vez… Tal vez encontremos una manera de solucionar el asunto sin ser tan radicales. ¡Por favor! Vete de aquí… - Se separó un momento de su hijo y, de entre sus ropas, extrajo una espada corta, la cual entrego con las manos extendidas. - Vete de aquí, aunque tengas que usar la fuerza… ¡Por favor!

Su llanto se convirtió en un desagarrador sollozo y cayó de rodillas presa de la desesperación. Orlando se arrodilló frente a ella y tomó el filo que se le ofrecía. Lo lanzó sobre su lecho y ayudó a su madre a ponerse en pie. La estrechó con todo el amor que era capaz de expresarle y besó sus mejillas.

- Si así lo deseas, madre… Pero, no me iré solo… No puede dejar que Gavriil se quede en este lugar. Sólo Dios sabe que sería de ella; probablemente intenten matarla por otros medios distintos y no voy a permitir que la hagan sufrir… Así que…
- ¡Un riesgo! ¡Te arriesgas por ella! No vale la pena, querido mío. Si realmente es malvada, no vale la pena…
- ¡Vale la pena, madre! No dejaré Gouden si no es con ella. Ella es parte de nuestra familia y no voy a dejarla a su suerte. Nuestros destinos están unidos desde el día en que la encontré y no voy a desunir su suerte de la mía. ¡Nunca! ¿Entiendes, madre? - Los ojos de Sansei se clavaron en los de su hijo. Eran del mismo color, sólo que los de él habían tomado la forma de los de su padre…
- Está bien, hijo mío, está bien…

La mujer secó sus lágrimas, arregló su cabello y sus vestidos para disponerse a salir. Al tener el pomo de la puerta entre sus dedos, lo soltó y regresó para darle un último beso a su hijo, junto con una recomendación.

- Cuídate, querido mío.

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