22 abr 2007

EVIL - Parte 4: De cómo el sol se roba la luna

Cuando su madre salió, el muchacho regresó a sus reflexiones. Ese era el medio que buscaba para su salvación y la de su hermana. Lo que su madre le pedía hacer iba en contra de las reglas,
de su propio honor, pero no en contra de su amor y eso fue más fuerte que todo lo demás.

Tomó la espada entre sus manos, con la cabeza resuelta y el corazón determinado. Antes de salir de su habitación, tomó algo de ropa e hizo un paquete con ella. Le hubiera gustado tomar provisiones para el viaje, pero eso era algo imposible de llevar cabo. Ató el envoltorio a su espalda y se plantó fuertemente frente a la puerta de su cuarto.

Un profundo respiro emergió de su pecho, cerró los ojos y concentró todo su ser en el siguiente movimiento. Sabía que la puerta no estaba atrancada, pero sí que los guardias apostados fuera de su puerta estaban listos para retenerlo. Confiaba en que no estuvieran listos para lo que estaba a punto de hacer e inmovilizarlos silenciosamente.

Entreabrió la puerta, silenciosamente, la respiración contenida dentro de su pecho. Por su mente había pasado la idea de cambiar su forma y escapar de esa manera, pero sabía que consumiría demasiada energía, energía que podría serle útil más adelante. Así que era necesario que utilizara su fuerza física y su inteligencia.

Salió como una exhalación por el pequeño espacio que dejó la puerta. Con el codo del brazo derecho, golpeó el cuello del guardia que tenía de ese lado; con el dorso de la mano izquierda, asestó un golpe en el mismo lugar al otro.

Los soldados cayeron al suelo, pesados y con un ruido sordo. Un ruido ahogado emergió de sus gargantas. Orlando se arrodilló y se aseguró de que continuaran respirando. No quería que nadie pereciera por lo que hacía, esa noche no permitiría que la sangre corriera por los pasillos de su hogar.

Cuando llegó al cuarto de su hermana, ya no le fue posible mantener el sigilo y se armó algo de alboroto cuando derribó a los guardias. Sin embargo, nadie más preció escuchar el desorden y no acudieron más soldados a averiguar qué ocurría.

Abrió la puerta lentamente y se introdujo en la habitación de Gavriil. Ella La encontró sentada tranquilamente en un mullido sillón, con una socarrona sonrisa en los labios. Escuchó el ruido producido a la entrada de su cuarto y esperaba ansiosa por saber quien lo había producido.

- Vaya, si eres tú, hermanito. Nunca pensé que tuvieras el valor…
- No hay tiempo, es preciso que aprovechemos estos momentos… Prepara algo de ropa, mantas, escaparemos ahora mismo.
- Oh, no, no deseo escapar… Verás… No le temo a la muerte, nunca lo he hecho. Y me gustaría mucho presenciar la tuya. No, no me iré, no es mi deseo…

Orlando cerró los ojos. Sabía que Gavriil era capaz de cualquier cosa con tal de llevarle la contraria. No era el momento para esos tontos juegos infantiles y caprichosos. Al abrir los ojos de nuevo, una velada furia los hacía brillar de manera extraña. Gavrril percibió esa furia, pero su reacción fue tardía y una bofetada la arrojó sobre la cama, sin conciencia.

El joven tomó rápidamente algunas prendas y armó un nuevo envoltorio de ropa, que fue a parar junto con el suyo. Después, tomó a la muchacha entre sus brazos, se aseguró de tenerla perfectamente agarrada sobre el hombre y saltó hacia el patio a través de una de las ventanas.

Los guardias que vigilaban las ventanas no comprendieron del todo lo que ocurría, fue hasta que el fugitivo estuvo muy lejos que se dieron cuenta de lo que ocurría y su falta. La voz de alarma fue dada entonces, pero parecía ser demasiado tarde para los soldados y suficiente para los prisioneros.

El muchacho corrió a través del patio con todas sus fuerzas, se dirigió a la caballeriza, en donde tuvo que derribar a un par de guardias que se interpusieron en su camino. Ellos no habían sido informado de los que ocurría en el palacio, pero les pareció extraño ver acercarse al señor Orlando Drake con su hermana a cuestas.

Drake tomó el caballo más veloz, en el que más confiaba, se subió a él de un sólo salto. Colocó a su hermana frente a él, perfectamente sujeta, y emprendió la marcha a todo galope.

Salieron de la ciudad y de sus murallas sin que nadie se atreviera a detener su furioso paso. Los guardianes de la salida que tomaron, una salida menor y con espacio suficiente para que pasara un caballo por ella, fueron tomados desprevenidos y ni siquiera hicieron intentos por cerrar las puertas.

Parecía que todo había salido bastante bien y los dioses les favorecían por esa ocasión. La hora también parecía ser perfecta, ya que el calor comenzaba a disminuir y la noche, que empezaba a correr discretamente su manto, no tardaría en cerrarse completamente.

El joven príncipe conocía el territorio mejor que nadie en Gouden, así que no tardó en encontrar un sitio que le pareció adecuado para acampar. No era un sitio donde hubiera agua o alimento, pero al menos se encontrarían protegidos de los vientos que pronto se desatarían.

El lugar elegido se encontraba a la sombra de una elevación rocosa. Ahí se protegerían de la ventisqueros que se no tardarían en elevarse y no correrían el peligro de ser enterrados por las arenas. Esa sería una noche fría, lejos de sus hogares, escondido como los fugitivos que ahora eran…

Al detener el caballo, se dio cuenta de que Gavriil estaba despierta. No sabía cuánto tiempo llevaba de esa manera, ya que no se había movido ni hablado. Bajó hábilmente de su cabalgadura y ofreció la mano a su hermana, quien la rechazó de un golpe.

Cuando sus pies tocaron la arena, se aproximó a su hermano y, con un rápido movimiento, abofeteó su mejilla. Una marca roja con la forma de su mano quedó marcada sobre la morena piel.

- No te atrevas de nuevo a golpearme, ¿entendido?

La muchacha se arrojó al piso, con los labios contraídos en una mueca de disgusto. Bien sabía que ella no era hábil como exploradora y que ese no era el mejor momento para separarse de su hermano. Así que permaneció en la arena con las piernas cruzadas y la vista perdida más allá de Orlando.

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